
Carlos Marx en una cuchara
Teoría marxista de la buena mesa
No es una columna de humor sino una columna escrita con buen humor, en mangas de camisa, librada a su aire, soñada a pierna suelta, libre como hoja seca al viento, bajo la advocación de La Loca de la Casa.
Carlos Marx en una cuchara
Teoría marxista de la buena mesa
La banda Ramones, saboreando esta nueva maravilla mundial.
¡Nació el Pique Camacho!
Tecnología de los sueños
Hace más de una década que vivo colgado de mi celular; sin embargo, apenas unas noches atrás logré incorporar esta tecnología en mis sueños. De pronto sonó mi celular onírico y me di modos para contestarlo.
Recuerdo que alguna vez tuve un Star Track, o algo así, que sucumbió cuando me dormí encima del atribulado aparato y casi lo destripé. Como era caro, lo manejé así un tiempo, hasta que mi amigo Manuel Robles, corresponsal de Prensa Latina, me dijo una pulla aguda como una ulupica: "Mucha tecnología para tan poco cholo".
Recuerdo esa frase al comprobar que buena parte de la tecnología que me es habitual en la vigilia no ha logrado ingresar a mis sueños. Suelo soñar con la pantalla de una computadora y escribiendo en Word, pero todavía no me han instalado Internet, o sea que de recibir emails y de chatear, ni hablar. El correo de mis sueños todavía funciona como en tiempos de Miguel Strogoff.
Tampoco ingresan en ese mundo el discman, el pen drive, el mp3; sin embargo, la otra noche soñé que había logrado despegar manejando un Boeing y el problema surgió al recordar que no sabía cómo aterrizar semejante máquina.
Otras falencias tecnológicas provienen de los coches que manejo entre sueños. Particularmente me falla la luz de los faros, porque tengo un sueño repetido: que conduzco a gran velocidad sin ver por dónde voy, porque el camino está muy oscuro. Busco afanosamente el control de los faros y en el vano empeño me despierto; señal de que no gozo de un mantenimiento adecuado en esos coches oníricos.
Cierta vez, hace 25 años, trabajé hasta doce horas diarias en el Canal universitario. Al irme a dormir, el cerebro me titilaba y parecía una sirena encendida de carro patrullero, señal de que no descansaba pues la vigilia había invadido la zona de soberanía de mis sueños. Con alguna ventaja, diría hoy, porque si un sueño me aburría, cambiaba de canal o escogía el mejor programa como un realizador frente a múltiples pantallas. O sea que practicaba entre sueños el zapping que no me era permitido en la realidad, pues había apenas dos canales para darse ese lujo tan natural en nuestros días de TV Cable.
No me va bien con la transferencia de tecnología hacia el mundo onírico, pero he desarrollado tecnología apropiada en algunos rubros. Por ejemplo, si a medio dormir me levanto y enciendo la luz para leer algún libro, las imágenes de la lectura cruzan mi subconsciente y entonces puedo incorporarme a esos episodios. Así he podido soñar conversando con Pablo Neruda, he visto sonreír a Simón Bolívar leyendo una carta de Sucre, he compartido un puro con el Che y alguna noche creí entrever a un personaje que no sabía si era Albert Camus o Humphrey Bogart.
Esta habilidad me regocija pero también me inquieta, pues compruebo que no logro soñarme con Marilyn Monroe ni con Angie Cepeda, lo que es peor pues me parece la mujer más bella y sensual que haya visto jamás en el celuloide. Si no lo creen, vuelvan a ver "Pantaleón y las visitadoras".
El no sentirse del todo linda
Las chicas de mi dígito eran por lo general bonitas. No digo bellas porque no eran perfectas, pero no les importaba y aceptaban filosóficamente los senos grandes o pequeños, las caderas y los rollos que la vida les había deparado.
Hoy parece que no hay mujer libre del flagelo de no sentirse del todo linda. La posibilidad de corregir los excesos o defectos de la naturaleza con un cirujano las abisma frente al espejo, en un crudo inventario de defectos que luego se convertirán en cálculos financieros, y luego en la pesadilla de conseguir el dinero que irá a parar al otro lado del espejo, donde atiende el cirujano plástico.
Un amigo comentaba que el concurso de Miss Universo debería ser sin venezolanas, por la cantidad de operaciones que admiten tener. Como si las otras no hubieran hecho lo mismo…
Hace algún tiempo leí que las japonesas sueñan con corregirse lo que les dio la naturaleza. Suelen tener la mandíbula cuadrada y ancha y entonces se la afinan; suelen tener los ojos rasgados y se aumentan la abertura de los párpados. La nariz, que tanto define una personalidad, parece ser fuente de terror para las muchachas. Tener el tabique convexo o las fosas anchas son "defectos" que pueden liquidar la carrera profesional de quienes los "padecen".
Hoy se ha puesto de moda tener senos turgentes, contundentes. Las mujeres jóvenes sueñan con reafirmarse el busto, y cuando pueden hacerlo, lo exhiben, pero no tanto para los hombres como para las amigas, para sacarles envidia. Cierta vez en Santa Cruz vi una concentración tan estupenda de senos operados que comencé a sudar frío, a respirar entrecortado y a sentir acelerado el pulso. Parecía Superman expuesto a la kriptonita, en este caso, la silicona. Las chicas que ostentaban sus senos con escotes maravillosamente breves primero se los mostraban entre ellas, y a los varones nos ponían en segundo término. Naturalmente, una mujer de senos hermosos no los oculta, los muestra.
Un cirujano amigo cobraba mil dólares por esa cada una de esas esferas que tantos desvelos nos ocasionan. Recuerdo que oficiosamente le pedí rebaja y me ofreció tres tetas a 2.500, una de yapa. Le transmití la oferta a una amiga soñadora y hasta ahora no sabe dónde agregarse el tercer seno. Quizá una buena transa sería yapar con pezones.
¿Cuándo habrá empezado esta manía de no sentirse del todo linda? Antes uno se conformaba con los caprichos de la naturaleza, pero hoy se los corrige a un grado a veces increíble. Tal es el caso de Michael Jackson, que al parecer se provocó un vitiligo para aclarar su piel, como si el color de la canela no fuera de su agrado. El pigmento vaya y pase, pero lo que hizo con su nariz y sus pómulos excede la cirugía estética y se convierte en un capítulo de psiquiatría.
Me duele que Michael Jackson, un artista de semejante magnitud, haga eso con su humanidad. En cambio, tengo disculpas e indulgencias para esas mujeres generosas que se aumentan el diámetro de sus senos y nos provocan estrabismo, pues a una mujer así es imposible mirarla a los ojos.