sábado, 12 de julio de 2008

¡Vuelve el Ojo de Vidrio!



Izq.: Alfredo, ése si que era un hombro de amigo. Der.: El Ojo, todavía en punto caramelo.
En 1984, mi carnal Alfredo Medrano y yo estrenamos dos espacios de
este matutino, que en horas se ganaron el generoso respaldo de los
lectores. Hoy, 24 años después, vuelvo a estas páginas con muestras
capilares del paso del tiempo y con el propósito de no provocar y más
bien seducir, de no denostar y más bien respaldar, de no maldecir y
más bien celebrar, de no difundir odio sino amor, de no atormentar al
lector y más bien hacerle la vida más leve.

Mi carnal Alfredo quedó en el camino y hoy es nuestro corresponsal en
el Más Allá. Cierta vez, me llamó muy temprano por teléfono y me dijo:
"Querido Ramón, entre nosotros jamás ha habido celos ni elogios
gratuitos. Cada uno ha procurado cumplir con su trabajo con sencillez
y sin aspavientos. Pero lo que has escrito hoy es una obra maestra de
la lengua castellana. Pocas veces he leído prosa más cristalina y
pensamientos más contundentes." De inmediato traté en vano de recordar
qué siempre había escrito para merecer semejante elogio, y luego de
comprometerme a festejar la columna con una suculenta silica, salí
ronceando para comprar Los Tiempos. Abrí sus páginas y me reí a
carcajadas: resulta que la nota escrita por Alfredo aparecía como si
fuera columna mía; una leve equivocación de los compañeros armadores.

La anécdota retrata el alma de Alfredo, pues era hombre curado de
solemnidades y sencillo como un labriego que rumiara picardías a la
sombra de un molle, siempre presto a dar riendas a su vocación de
tomar el pelo.

Con Alfredo hicimos de ese par de columnas un estilo de vida. Gracias
a él conocí los santuarios ocultos de la identidad criolla, donde
oficiaban los más conspicuos representantes del alma valluna, entre
los cuales bastará por hoy recordar a Armando Antezana Palacios, el
Gordo Ja Ja, obispo del buen humor, con quien pasamos horas
inolvidables de tertulia y amable gula.

Hoy que ya no está con nosotros podemos medir su generosa contribución
a la conciencia y el imaginario de los hombres y mujeres de este
valle, pues fueron célebres sus campañas de defensa de los árboles y
el medio ambiente, los coloquios sobre la cultura popular y las ferias
de la cocina que él promovió y hoy son práctica común en todo el
Departamento. Su pluma estuvo siempre presta a secundar las causas
nobles y las demandas genuinamente regionales. Alfredo escribía sus
notas con prosa cristalina y tersa, en tono y estilo mayores y con
invariable claridad de ideas.

Nos iniciamos en la casa editorial de la calle Santiváñez, bajo la
sabia conducción de don Carlos Canelas, secundado por sus hijos y por
muchos buenos amigos, como José Nogales Nogales, nuestro jefe de
redacción. Hoy don Carlos pasó también a mejor vida, luego de servir a
sus semejantes por más de nueve décadas.

Quiero iniciar mi retorno a estas páginas honrando la memoria de don
Carlos y de Alfredo. A don Carlos le debo una enorme gratitud por su
trato caballeroso y amable, no obstante que Alfredo y yo éramos a
veces un par de gamberros. En la tumba de Alfredo hay un libro de
piedra con el siguiente epitafio: "Amó los molles, las jarcas, los
chilijchis / la amable sombra, el vino y la tertulia. Vida y obra
dedicó a la expresión justa / pero la fe en el amigo / fue su virtud
maestra."

1 comentario:

Mata de caña desconocida dijo...

viva cochabamba con la chicha que se toma desde en la mañana. Qué tiempos!! gracias por esas hermosas palabras. quisiera algún día poder tener esa facilidad con la que escribes tu vida. te quiero mucho.

alejandría