viernes, 25 de septiembre de 2009

Anécdota sobre Trotsky





Arriba: Trotsky con David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Abajo: El Ojo de Vidrio en la Casa Museo, México DF, 1990.
En 1990 se celebró el cincuentenario del asesinato de Trotsky, el jefe
del Ejército Rojo exiliado en México.
Recuerdo que me dirigí a la casa museo, donde se habían congregado los
troskistas más conspicuos del planeta, y allí oficiaba de anfitrión el
argentino-mexicano Adolfo Gilly, junto al nieto de Trotsky, un señor
gordito y fofo que parecía desprovisto de la energía de su ilustre
abuelo.

Como la casa de Coyoacán era estrecha y modesta, los organizadores
improvisaron un escenario en la callejuela lateral, sombreada por
frondosos árboles, y allí fue la ceremonia oficial.

Lo curioso es que también estaba invitado el embajador de la Unión
Soviética y, para mi asombro, fue un orador central debido a la
importancia del anuncio que hizo: la Academia de Ciencias de la URSS
editaría las Obras Completas de Trotsky. Los troskos se miraron como
diciendo: ¿no que no teníamos la razón? Exultaban de felicidad, como
los primeros cristianos el día de la Epifanía.

En verdad era un acto de justicia histórica, pues la famosa Academia
había editado libros de autores muy inferiores al gran Lev Davidovitch
Bronstein, que era un consumado escritor provisto de una mente
ordenada y analítica. Sin embargo, a las pocas semanas se derrumbó la
URSS y con ella la ilustre Academia, y la edición póstuma se frustró
para siempre.

Lo vi y lo escuché, incluso filmé la ceremonia, pero tiene un tono tan
irreal que alguna gente cree que la inventé. Allá ellos.

La Casa museo de Trotsky tiene mucho de irreal. Debido al acoso de sus
enemigos políticos, había hecho construir unas siniestras torretas de
vigilancia, y vivía en una habitación con puertas blindadas, como en
la bóveda de un banco. Sin embargo el asesino Jacques Mornard o Ramón
Mercader se valió de la confianza del nieto de Trotsky para ganarse la
confianza familiar y asestar el célebre picotazo que segó la vida del
gran luchador ruso.

Un trosko argentino hacía de curador y nos guió en la visita al museo.
Entre los libros de Trotsky había dos del boliviano Roberto Hinojosa:
El Tabasco que yo he visto y El cóndor encadenado, ambos dedicados al
pensador ruso. El curador nos previno que no tocáramos nada porque él
había recibido entrenamiento de supermercado y percibía de inmediato
si algún objeto había sido movido. Pero mi hermano Enrique no pudo con
su inveterada curiosidad y movió un vaso, y fue severamente
amonestado.

En el dormitorio donde mataron a Trotsky había varios ejemplares de la
prensa soviética, una versión inicial de grabadora en disco y unos
apuntes. El curador argentino decía que esos documentos habían quedado
tal como los dejó su dueño, pero agregó que había mañanas en las que
todo amanecía revuelto. Para acentuar la sensación de irrealidad,
comentó: Yo oficialmente son materialista dialéctico, pero esto... no
me lo explico.

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