Son conmovedores los esfuerzos de la UNESCO y de numerosas organizaciones sociales por construir una cultura de paz. Los obstáculos son visibles; la punta de ellos es la sofisticación de la industria armamentista, que ha convertido a los heroicos soldados de antes en robots operadores de softwares de la muerte, tal como aparecen en las transmisiones televisivas, portando decenas de miles de dólares per cápita en equipamiento. Al frente están los terroristas que se inmolan enamorados de la muerte. Pero hay pequeños obstáculos que podríamos combatir cada día, para borrarlos de nuestro imaginario por inútiles. Hablo de los himnos y las frases patrioteras que sólo hablan de guerra, de sangre y muerte; lugares comunes que hasta los niños, sobre todo los niños, repiten inocentemente.
El himno de México convoca a los mexicanos “al grito de guerra”; el himno boliviano llama a “morir antes que esclavos vivir”; la Unión Juvenil Cruceñista habla de “matar antes que esclavos vivir”; los estudiantes celebran a la espada de Ayacucho que como rayo del cielo brilló.
Nuestro anhelo es morir por el honor de la patria y todavía escuchamos el clarín de victoria de Pichincha, Ayacucho y Junín.
En cambio, qué apacible suena la primera estrofa del himno a la Bandera, que se ostenta “como emblema de paz y de amor.”
Me pregunto si más bien no deberíamos aceptar como somos y desechar cómo no somos. No somos un país de caballeros andantes. Preferimos no enfrentarnos a molinos de viento. No acostumbramos retar a duelo para lavar nuestro honor. Nos parece cojuda y bravucona la actitud de lanzar el guante. No nos gusta inmolarnos ni ser carne de cañón. No tripularíamos un coche bomba. No somos arrojados cuando las papas queman. No enfrentamos los proyectiles con el pecho desnudo. No somos retadores ni aspirantes al campeonato mundial de box o de artes marciales.
Los bolivianos amamos la vida y nos la encontramos por todas partes. Nos gustan los sabores fuertes y las bebidas comunitarias. Nos gusta la fiesta. Nos gusta tener padrinos y madrinas, ahijados y ahijadas, compadres y comadres y, en especial, respetar el parentesco espiritual. Nos gusta el amor en todas sus formas. Amamos a los niños. Amamos a las personas, los animales y las cosas. Amamos nuestro paisaje, por árido, por húmedo, por desierto, por impenetrable, por soleado, por sombrío, por lo que sea.
En ese espíritu, pienso en el lema heroico de la guerrilla cubana que se ha vuelto una consigna popular en América Latina: “Patria o muerte, venceremos”; y recojo la sugestión de un buen amigo para proponer un lema menos letal: “Patria o heridas leves, transaremos”, un lema que propone no herir a nadie, relajarse y disfrutar, y alentar una cultura de paz y de negociación. ¿No ve?
Quizá el Papirri lo corregiría levemente y diría: “Patria o heridas leves, bien le cascaremos”, y que otros cantautores lo sustituyan proponiéndose metas inocentes, como “Meta cumbia, meta farra, meta y mueva”, que al menos no son invocaciones de muerte sino excesos de vida.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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