El escritor estadunidense Scott Fitzgerald (El Gran Gatsby) escribió un cuento en los años cuarentas que inspiró la película más reciente de David Fincher: El curioso caso de Benjamin Button, protagonizada por Brad Pitt y Cate Blanchett. Es una seria aspirante al Óscar por varios motivos: mejor actor, mejor edición, quizá mejor maquillaje o mejor película. El argumento recoge una vieja ilusión humana: ser cada día más joven. Benjamin Button es una extraña criatura que nace anciano y decrépito; una mujer negra lo cría con amor y piedad y a continuación se desarrolla el milagro: cada día es más joven. Cuando es anciano, pero de corta edad, Benjamin Button conoce a una niña que visita a su abuela en el asilo donde depositaron al niño anciano. Con el tiempo, sus edades se igualan y viven un romance conmovedor. Al final el es excesivamente joven, luego niño…
Es una película llena de valores. La primera lección que recibí de ella es una reflexión del viejo Benjamin Button: siempre será un ser solitario y entonces debe aprender a amar su soledad. En ningún momento de su curiosa vida, Benjamin Button busca apoyarse en otro para seguir viviendo; al contrario, toma todo lo bueno de la vida con gratitud y serenidad porque ha aprendido a vivir solo.
Hablé de una vieja ilusión humana: ser cada día más joven. Recuerdo que me la planteé a la muerte de mi padre, en aquel ya lejano 1980, cuando me visitaba en el exilio de México y se murió. Me propuse escribir su vida e hice el intento varias veces, pero no conseguía sino un recuento rutinario de anécdotas.
De pronto, mi hijo Manuel, que por entonces tenía ocho años, me dio la solución: Papá, ¿qué pasaría si naciéramos viejos y muriéramos niños? Recuerdo que me encerré a escribir un cuento que titula Nueva hipótesis sobre la muerte de Sixto. Ya no importaban las anécdotas sino el desarrollo de la vida al revés, que tomó otro rumbo. El cuento empieza cuando unos sepultureros excavan una tumba, extraen un ataúd, lo velan, conducen el cuerpo al hospital, a una sala de terapia intensiva y de pronto el cuerpo revive, o nace, se levanta todavía débil pero cada día se siente mejor mientras remonta su vida. Al final, es cada vez más niño. Un día deja de caminar y su madre lo alza y lo envuelve en mantillas. Luego le da el pecho y un buen día se siente mal y la partera devuelve el cuerpo del niño al seno materno. La madre se levanta, cada vez más aliviada, mientras su vientre disminuye de volumen, hasta que todo se resuelve en un suspiro, cualquier noche, cuando su esposo le iza el camisón, casi entre sueños y la ama.
Quizás aquí hay otra obsesión: por qué la muerte y la descomposición son tan truculentas, si podríamos morir desvaneciéndonos como un suspiro, y por qué el parto es tan doloroso si podríamos nacer de un gemido de amor que de pronto se corporiza. En todo caso, la solución de Scott Fitzgerald y la de la película de Fincher me parece mejor, verdaderamente genial.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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