jueves, 24 de septiembre de 2009

El Ande y la chirimoya

He vuelto con devoción a la lectura de Sergio Almaraz, a quien se debería leer desde el colegio como un ejercicio de profilaxia del alma nacional y del estilo. Su muerte ha sido una injusticia histórica, que por primera vez me sirvió para una triste constatación: en Bolivia, se muere en la víspera. ¡Cuánto nos hubiera servido tenerlo vivo hasta hoy, para que continuara escribiendo sobre algo que le dolió como a Albert Camus: el hombre, el destino humano, la vida y los pesares de los bolivianos.

Su pensamiento no envejece. En todos los campos dejó enseñanzas que nos siguen iluminando. Cito su juicio sobre la literatura boliviana que le tocó leer. En 1961 decía: “Los escritores del presente producen cansancio, fatiga la equilibrada y culta vida burguesa de Fernando Díez de Medina que ha encontrado la forma de poetizar sobre el Ande y la chirimoya haciéndole un elegante mohín a la realidad boliviana. Estamos cansados, en fin, de las vejeces literarias de Jesús Lara, de su naturalismo primitivo, de su bucolismo cochabambino. (…) No podemos más con nuestros sapientes escritores, audaces buceadores del pasado y esforzados miopes en el mundo que los circunda.”

En otro pasaje, enjuicia los excesos localistas de la plástica: “El folklorismo es particularmente peligroso para la plástica. Basta ya de sicuris y otras pinturitas para turistas. Que Guzmán de Rojas se quede en el pasado con sus indios de postal. (…) Y así como hay que cuidarse del folklore, mucho cuidado con el paisaje. Vivimos en un país de formidable, místico (palabra que no hay más remedio que emplearla) y absorbente paisaje. Por ello mismo, hacerle mayores concesiones es ir derecho a un arte inhumano. La montaña está bien mientras no sirva más que para fijar un punto de referencia en el conjunto de dimensiones necesarias al conocimiento del hombre. Humanismo y no paisajismo.”

Sobre los críticos, ataca con dureza a la capilla de Monseñor Juan Quirós, sus gustos y sus placeres: “En La Paz oficia una sola comadrona a la que deben acudir los poetas recién nacidos. (…) Al mencionado crítico no le gusta la poesía social y más de una vez conocimos sus afirmaciones acerca de que éste o aquel imita a Neruda o Vallejo. El punto de vista es inaceptable. Ojalá todos los jóvenes estudiaran y trataran de comprender el mundo de Vallejo. Y ojalá tuviéramos un Vallejo. Darío marcó hace cincuenta años el derrotero hispanoamericano; Vallejo, desde sus estrechas sendas andinas, empieza a marcar rumbos universales. Es natural que los críticos empachados de reglas y metáforas sudando belleza telúrica… detesten la antiestética y antigramatical presencia el maravilloso cholo peruano. Tiene que repugnarles la destemplada voz de Vallejo, su sangrante ternura, su desprecio tácito por todo lo que no sirva o ayude a descubrir “las encontradas piezas” del hombre. Vallejo es nuestro. Un accidente, sin ningún sentido lo trajo al mundo en un pueblecito ubicado más allá de una imaginaria línea. Es posible que Vallejo sea más boliviano que peruano porque nuestro país tiene la suerte de estar preservado por la naturaleza de ese aluvión destructor de la costa.”

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