jueves, 24 de septiembre de 2009

Valle Inclán y el indio boliviano

Era el año 1932 y la Cámara Oficial Española de comercio, industria, navegación y bellas artes de Bolivia publicó un número extraordinario de la revista "España y Bolivia" en homenaje a la Fiesta de la Raza. Fue una edición de lujo en papel couché, con abundancia de zincograbados y una acumulación de grandes firmas que, con excepción de Gamaliel Churata, Carlos Medinacelli y nada menos que Ramón del Valle Inclán, cantaban a coro a la pureza de su sangre peninsular.
No faltaba el autor que denostaba a la "tartufería mestiza y el embeleco indianista" en homenaje a la herencia pura de España en el altiplano. Gregorio Reynolds cantaba a la mujer española; Pedro Zilveti Arce honraban la memoria de los bravos e intrépidos conquistadores y Fernando Diez de Medina hallaba las raíces de la independencia americana en la lucha del pueblo español contra la invasión napoleónica. ¡Cuánto sabían nuestros literatos sobre la historia española, sobre sus toreros, sus gracias y sus monumentos! Sólo Arturo Posnansky se remontaba al pasado prehispánico anunciando el descubrimiento del monolito Bennet, y Medinacelli publicaba un diálogo metafísico entre un pobre diablo y su otro yo, en el cual reformula el principio cartesiano al decir: "Cuanto más pienso, menos creo que existo."
Qué sorpresa, sin embargo, la de encontrar un bello y furibundo poema de don Ramón del Valle Inclán dedicada al indio boliviano, que anuncia como un bramido de pututus la redención que tardaría aún dos décadas. Don Ramón escribía desde la España republicana, con el brazo único inflamado de ardor quijotesco, y su aguda voz formulando una consigna revolucionaria: "Lo primero / es colgar al Encomendero, / y después segar el trigo."
Curioso que no hayamos vuelto a tener noticia de este poema de Valle Inclán, que bien podía figurar como exordio al Decreto Ley de Reforma Agraria, o plasmarse en bronce a la entrada de la valerosa población de Ucureña. ¡Perdimos la memoria de este valioso documento!
José Carlos Mariátegui no lo hubiera formulado mejor en sus célebres "Siete Ensayos", y si el imaginario de la Revolución Nacional hubiera preservado el poema de Valle Inclán, quizá lo leeríamos hoy en los silabarios. ¡Pero ni siquiera lo conocen Felipe Quispe o el honorable Choquehuanca, no obstante su furiosa adscripción a la raza originaria!
Afortunadamente lo encontré y me apresto a reproducirlo. Titula "Adiós…!" Y dice lo siguiente:
"¡Adiós te digo, con tu gesto triste, indio boliviano! / Adiós te digo, mano en la mano. / ¡Indio boliviano, / que la encomienda tornó mendigo! / ¡Rebélate y quema las trojes del trigo! / ¡Rebélate, hermano! / Rompe la cadena, Quebranta la peña / y la adusta greña / sacuda el bronce de tu sien. / Como a Prometeo te vio el visionario / a las siete luces del Tenebrario, / bajo las arcadas/ de una nueva Jerusalén. / Indio boliviano, / mano en la mano,/ mi fe te digo. / Lo primero / es colgar al Encomendero, / y después segar el trigo. / Indio boliviano, / mano en la mano / Dios por testigo."

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