En 1983, a mi retorno de México escribí El run run de la calavera. Dos años de deslumbramiento en México, curiosamente me poblaron la cabeza no de imágenes sino de palabras, de frases, a raíz de la percepción de que, como pocos, el pueblo mexicano tiene una forma muy intensa de decir y nombrar las cosas, a veces directa, a veces elusiva. No me interesaba tanto el mundo de la muerte como la palabra que festeja la muerte. La lectura de Rulfo me sirvió para reconocer que en lo que había escrito hay constantemente la presencia de la muerte. En un libro primerizo que probablemente no debía publicar, mi único libro de cuentos que he publicado, El Padrino, se puede ver que muchos de esos cuentos tienen como tema la muerte. El run run de la calavera, resultado de este desarrollo, era como comenzar a pisar en un terreno que probablemente no he vuelto a abandonar hasta ahora, sin saber siquiera cómo lo llaman los que saben, y es el macabrismo. He conocido esta denominación, este género, a raíz de un encuentro venturoso con un libro de un conocido caricaturista gallego que se llama Castelao y que tiene, entre su profusa obra en caricatura, una novela corta, bastante menos que una novela corta, que se llama Un ojo de vidrio, el manuscrito de un esqueleto que ha conservado el ojo de vidrio y eso le permite mirar el mundo de allá. Una obra concisa, una poética sobre la muerte extraordinaria, que se ha editado acompañada con una célebre conferencia de Castelao sobre el arte de la caricatura y cuál es la proximidad del verdadero, del auténtico humorismo humano, demasiado humano, a la muerte, la melancolía, la tristeza. Esa fue para mí como una iluminación, una especie de conciencia tardía de que Castelao murió en 1950 cuando nací yo, o sea que de alguna manera, sin su genio, sin su calidad, de alguna manera tomé la posta de su macabrismo. Él dice que fue un género muy frecuente en la Edad Media, en particular, una edad poblada de espíritus y también de culturas locales, de preguntas sin respuesta, de misterios. Era una experiencia sumamente común, tanto artística como popular, el macabrismo. Probablemente de allí viene las representaciones del cielo y el infierno de la obra del Bosco, y una literatura profusa que habla en tono risueño sobre la muerte.
Me agrada saber que, sin conocer en detalle esto, como lo hubiera hecho estudiando literatura, es como si la memoria de Castelao me hubiera insuflado este culto de un modo próximo al gesto de reírse de la muerte en sus raíces, de hacerle el amor, de representarla no como una vieja desdentada con una tremenda guadaña, sino como una doncella blanca, delicada, seductora, cuyos castos senos han sido clausurados por una pequeña guadañita.
Ha sido un paso muy importante para mí porque la gente no percibe que esta no es una novela costumbrista, porque por el hecho de que tengo personajes criollos no estoy necesariamente haciendo una novela costumbrista. Si por algo se sostiene El run run es por la palabra, y si alguna influencia tiene, deliberada, es de Boris Vian. Muchos de los tips y tics de esta novela son producto de otro encuentro casual que tuve con La espuma de los dìas, la obra capital de Boris Vian. A partir de allá, probablemente hice un buen ejercicio de la expresión y además comencé a vislumbrar lo que era un desafío mayor que es trabajar varias voces.
jueves, 24 de septiembre de 2009
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