miércoles, 23 de septiembre de 2009

La musa del periodista

Es común decir que las musas soplan sus confidencias al oído del artista. Esta virtud de exhalar inspiración parece ser la única vía de expresión que tienen las nueve célebres hermanas.

Me he preguntado anoche cómo sería la musa de Bach: pálida y bella, hierática, misteriosa bajo el velo de encaje negro que cubre parcialmente su rostro y, sin embargo, dotada de unos labios místicos y sensuales.

La musa de Mozart debió ser alegre y juguetona, eufórica y jubilosa, bailarina o caminante con el aire de quien vive de pie sobre la punta de una corchea o sobre el ápice de una negra con puntillo.

La musa de Beethoven debió ser augusta, apasionada, inclinada al arrebato de la pasión y extremadamente sutil como para soplar al oído de un sordo y aun así hacerse entender.

La musa de García Márquez no puede ser sino costeña y tropical, nocherniega y de amores intensos pero renovables, con la gracia del Señor posada en la piel y los labios, inclinada a desnudarse de pensamiento, palabra y obra.

La musa de Borges tuvo que ser vidente, lazarilla, erudita en el viejo idioma sajón y en antiguas literaturas germánicas; devota de la milonga, más que del tango, y capaz de soñar con tigres y espadas, amores desdichados y laberintos.

Pero ¿y la musa del periodista? No hablo del escritor de editoriales, porque probablemente es una dama antañona con aires de intelectual y palidez de quien ha sido operado de la próstata. Ni del amable y heroico reportero que sale a diario a cazar algo tan esquivo como una primicia. Hablo del columnista que mantiene una sección varia y graciosa, como mi finado amigo Alfredo Medrano. ¿Cómo sería su musa? El gran Julio Camba viene en mi auxilio y me sugiere que la musa de Alfredo era sin duda una bella morena, de esas que tienen el atributo personal de ser buenas para curar el ch'aki (no me imagino curando ese mal con una rubia de piel blanca). Una morena esférica, vestida de pollera, alegre y jaracarandosa y armada de una phukuna para soplar las brasas y cocinar una lagua deliciosa a pura leña.

Sin duda la musa del periodista es, como dice Julio Camba, una "musa para todo", capaz de ser "especialista en cultura general" y disfrazarse unas veces de analista política; otras, de crítica de cine; otras, de marchante de lienzos pictóricos; otra, de cronista de la ciudad; otra, de escritor amarillista; otra, de redactor cachondo y divertido. ¡Eso! Ante todo, la musa del periodista es una musa cachonda y sedienta de tiempo libre, dispuesta a soplarle las ocurrencias más graciosas fuera de la rutina, indulgente como para permitirle beber ni menos que las Gracias ni más que las Musas, sentada con él a orillas de una botella de buen vino o consolándolo del crónico déficit de caricias de este valle en la oscuridad de un dormitorio. Una musa capaz de yacer con él en un lecho desordenado una tarde entera, haciendo nada como no sea amar, para luego quedarse dormida mientras el periodista corre a su fuente de trabajo a escribir el titular ingenioso y las lindezas que su musa mistonga le sopló al oído.

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