viernes, 25 de septiembre de 2009

Recuerdos de Alfredo




Mi carnal Alfredo promocionaba dos de sus ideas magistrales, las que
más influyeron en el imaginario de los cochabambinos: los coloquios y
las ferias gastronómicas. Los primeros eran organizados por Alfredo
con temáticas regionales. Eran gestos de nostalgia, para recuperar
usos y tradiciones que se iban perdiendo. Así recuperó la concertina,
instrumento ya en desuso, y el piano vertical, que antes no faltaba en
las chicherías. Él mismo compró uno para una quinta que abrió su mamá,
doña Conchita Rodríguez de Medrano, eximia cultora de la cocina
criolla. Esa fue su contribución a la sociedad que incluía a sus
hermanas. Cuando le pregunté cuánto le había costado el piano me
contestó que ocho coloquios: había convertido los coloquios en moneda
de curso legal y corriente. Claro, la cervecería Taquiña le auspiciaba
con cajas de cerveza que él vendía a sus hermanas y con el producto
financió el piano que todavía se conserva y suena.

En cuanto a las ferias, organizó la más fastuosa que vieran y
visitaran los bolivianos en toda la historia prehispánica, colonial y
republicana. Fue la I° Feria de la Cocina Regional que duró tres fines
de semana en el Campo Ferial Alalay. Fue un éxito por la afluencia de
multitudes, y contribuyó a rescatar platos ya desaparecidos, como el
uchuco aiquileño, que preparaba como nadie Lucy Pereira, una valerosa
y guapísima residente aiquileña en la capital. El uchuco preparado por
Lucy tenía cuatro colores de ajíes que rociaban carnes de pollo,
lengua, conejo y cordero, con guarniciones de papa, chuñuputi, frito
de cebolla verde y una llajua picante y sustanciosa.

Alfredo me había pedido que lo colaborara en la Feria y me consiguió
un stand, donde anuncié que ofrecería cocteles criollos. En la víspera
me di cuenta del despropósito, pues necesitaba hectolitros de jugo de
naranja, licuadora y otros ingredientes para cumplir mi propósito.
Pero por entonces se vendía una cosecha ejemplar de Singani
Guadalquivir, que distribuían dos amigos dilectos: el Bola Salinas y
Alberto Gasser. Visitarlos era ocasión de echarse al coleto un trago
de singan servido en la misma tapa de la botella, que era de capacidad
más generosa que las de otras marcas. Un tapazo te ponía de muy buen
humor y de allí salió la idea de servir tapazo al paso en la feria. Se
inició la feria y comprobé las bondades del negocio, porque me
acercaba botella en mano a un grupo, tomaba tapas entre mis dedos,
servía una ronda de tapazos y después cobraba a razón de 50 centavos
por mocha. Un cartel que escribí en el stand decía que la recaudación
era a beneficio de la Huérfana Virginia y para los mártires de
Trípoli. La gente pagaba riendo, y no faltó un buen muchacho cruceño
que me dejó el cambio de cien pesos: si era para beneficencia, él no
se quedaría corto.

El Bola y Alberto me habían regalado varias cajas de promoción, de
modo que casi todo era ganancia. Digo casi porque no ejercíamos
control alguno sobre el dinero recaudado, y los amigos, encabezados
por Alfredo, tomaban dinero de la caja común y se iban a saborear
platitos criollos y uno que otro tutumazo de chicha. Luego volvían
para tomar uno y otro asentativo, pues ahí estaban los cajones de
singani a merced de todos. Ya no hay singani Guadalquivir pero todavía
hay gente que se acuerda del tapazo al paso.

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