miércoles, 23 de septiembre de 2009

El castellano como instrumento imperial

En tiempos de Alfonso el Sabio, la palabra "gramática" significaba solamente "conocimiento del latín". El viejo rey que gobernó los reinos de Castilla y de León en el siglo XIII decía "nuestro latín" para designar el idioma que usaba, un latín sencillo y cargado de palabras de origen árabe, como se dice hoy, nada que ver con el latín clásico de Ovidio, de Horacio e incluso de San Isidoro. La primera gramática castellana coincidió en su publicación con el año del descubrimiento de América, y su autor, Antonio de Lebrija, la dedicó a Isabel la Católica.
Nebrija debía su conocimiento filológico a la Universidad de Bolonia, donde había estudiado. Era de origen humilde y le animaba un espíritu de investigador de la Antigüedad clásica. Como arqueólogo, estudió las ruinas de Mérida, renovó la enseñanza e implantó los estudios helénicos en el ámbito de la lengua castellana, particularmente en las universidades de Salamanca y de Alcalá. Lebrija es, pues, el fundador de nuestra lengua castellana y un gran humanista. El griego y el latín no tenían secretos para él y así, Aelius Antonius Nebrissensis, siendo andaluz, hablaba el mismo idioma que Erasmo, el holandés, Desiderius Erasmus Roterodamus.
Nebrija tenía, asimismo, sabias anticipaciones, como aquella que escribió en el prólogo de su Gramática Castellana: "siempre la lengua fue compañera del imperio". Tres meses después de la edición, Colón descubriría América, y el castellano sería punta de lanza de la Colonización y el avasallamiento de las culturas nativas hasta nuestros días. En realidad, Nebrija pensaba en la recuperación de la ciudad de Granada y la expulsión de los moros. Eran tiempos de fervor imperial y se hablaba de cruzar el Mediterráneo, arrebatar a los árabes los reinos del norte africano y reconquistar, por último, Tierra Santa. En este deseo, Nebrija secundaba la vieja política de Alejandro Magno, con el griego, y de Julio César, con el latín, en su afán común de extender el idioma oficial por toda la latitud de sus imperios. Cuenta Nebrija que mostró el manuscrito a Isabel la Católica y que ésta no atinó a pensar para qué podía servir una gramática castellana. El Obispo de Ávila lo auxilió explicándole a la reina que luego de subyugar a los pueblos bárbaros "y naciones de peregrinas lenguas", el castellano serviría para dictar las leyes que el vencedor impone al vencido y, como se supone, el conocimiento de la nueva lengua.
Los romanos habían impuesto el latín a la España bárbara, cultora de "peregrinas lenguas", y así obraría España en sus nuevos territorios. Aun así, la Gramática de Nebrija se reeditó recién en el siglo XVIII por pura curiosidad filológica, pues sus reglas y modos estaban ya en desuso. En realidad hubo muy pocas impresiones de libros de gramática en los tres siglos de la Colonia, y ello nos permitió reinventar el castellano de nuestros abuelos peninsulares hasta convertirlo en las versiones que hablamos hasta hoy, para nuestro gusto más ricas y sonoras que el habla y la escritura peninsular contemporánea.

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