No sé de otros idiomas, pero el castellano me fascina porque tiene cientos de provincias, es decir, cientos de formas de hablar que a veces cuesta entender. Es como una partitura musical con cientos de variaciones regionales.
Una amiga venezolana me cuenta que un gringo, de paso por Caracas, suponía que había aprendido el habla de allá y al sacar dinero del cajero automático se volvió al que estaba detrás y le dijo: 'Saqué tres tablas. Chévere de
pinga!!'. Es decir, saqué trescientos mil, qué bueno. Y el otro le contestó: 'Bájate de la mula o te quiebro'. El gringo no entendió nada, y el otro, que era un asaltante, le aclaró:
'Quédate quieto o te clavo un chuzo'. Era una amenaza mayor y ya iba a entregarle el biyuyo, es decir, el dinero, cuando felizmente apareció un tombo, un policía, y no pasó nada.
El asalto se llama matraca, el ladrón es un choro o un malandro.
Así como los gringos usan el verbo to fuck, y los mexicanos el verbo chingar, los venezolanos y colombianos usan la palabra vaina. Una vaina, es una cosa. Echar vaina es bromear. Ni de vaina es ni por casualidad. De vainita es por un pelo. Qué vaina es una protesta. Si uno dice 'te voy a echar vaina' anuncia una broma, pero 'te voy a echar una vaina', es anunciar una paliza. La palabra sirve también para medir el tamaño de las cosas, que pueden ser vainita, vaina y vainón.
La cosa se complica porque el caraqueño dice 'poco'
cuando quiere decir mucho. Por ejemplo: 'en la cola había un poco de carros'. Lo curioso es que 'pocotón' es muchísimo: 'había un pocotón de gente saliendo del
Metro'.
Con mi hija Camila, que estudió en Caracas, hicimos un pequeño diccionario del habla de allá. Registré, por ejemplo, la palabra 'burda', que quiere decir mucho, demasiado, un aumentativo. Por ejemplo: 'fulano y yo somos panas burda'; o 'ese señor es burda'e
viejo'. Lo curioso es que pana, amigo, es una palabra quechua.
En México, hasta los más cultos usan la palabra “hasta” por “desde”. Dicen: El teatro se abrirá hasta las 6, y quiere decir “desde las 6”. A veces la cosa puede ponerse peligrosa, como aquella vez que a una señora mexicana le dije que acababa de conocer a su hija y que estaba muy alhajita. “¿Ah, sí?, me dijo, ¿y cómo sabe usted que es alhajita? Le contesto: “Basta verla, se le nota.”
La señora lo llamó a su marido y le dijo: “Oye tú, aquí el señor dice que tu hija es una alhaja.” El hombre me miró y juraría que buscó una pistola. “¿Cómo? ¿Mi hija una alhaja?” Felizmente se interpuso una amiga boliviana y me disculpó, porque allí alhaja significa ficha, flauta, piruja, patinadora. En Tarija enloquecerían los mexicanos, porque todas las chicas son alhajas, pero de las nuestras.
La amiga venezolana, que tiene el melodioso nombre de Akaida y es bellísima, compañera de mi hija en danza, me sigue contando un diálogo con el gringo, que le decía a su amigo: 'Marico, la jeba me embarcó. Qué raya. Yo que la tenía cuadrada. Iba a recogerla para ir a la rumba en Las Mercedes pero me dejó el pelero. Y ahora me está pidiendo cacao. Qué va pana, no me la calo más'.
jueves, 24 de septiembre de 2009
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