El día que murió Roberto Fontanarrosa, yo diría que por una curiosidad propia del oficio abrí la página virtual del diario Clarín para ver cuál había sido su última caricatura. Me encontré con dos señoras que criticaban un caso de corrupción. Al día siguiente, el lugar donde publicaba Fontanarrosa no traía ningún trabajo suyo; simplemente decía: "Adiós, Maestro". Pero un día después, Fontanarrosa seguía (¡y sigue!) colaborando. Fatalidad del periodismo, la de trabajar hasta las últimas, en media agonía ¡y aun después de la muerte!
Recuerdo casos similares, como el de nuestra amada Irma Valenzuela, que servía los lapping más conspicuos y suculentos del Planeta, pero al disponer Dios que Irma honrara la Mesa Celestial, ¡sigue friendo los mejores lapping!... como puede comprobarlo el lector en el pasaje ubicado en la calle Paccieri entre 16 de julio y Oquendo, de Cochabamba. Otro caso conmovedor es el del astrólogo Franz Zarzar, flaco lindo pegado de por vida a un cigarro, que escribía horóscopos célebres y un buen día pasó a mejor vida ¡y seguía pronosticando amores con más puntería que en sus días! Recuerdo asimismo el caso de Mario Lara Carrasco, el inventor del Geniograma, quien no sólo continúa publicando esos puzzles de excelencia dibujados con su caligrafía inconfundible, sino que cada vez los hace más enigmáticos e ingeniosos.
Cuando murió mi carnal Alfredo, Carlitos Heredia y yo hicimos un penoso balance: de cuatro amigos inseparables que éramos, dos habían muerto: el Gordo Ja Ja y Alfredo; razón demás para no intentar siquiera jugar ningún juego, por temor a desempatar. Nos afectó tanto la partida del amigo que publicamos un semanario de efímera vida, El Cóndor del Valle Bajo, en cuyo staff figuraba Alfredo como nuestro Corresponsal en el Más Allá. Bajo su influjo, intenté un par de crónicas imitando su estilo, que quedaron inéditas. Quizá de esa forma intentábamos devolverle la vida.
Recuerdo que Alfredo nos hizo una jugarreta: murió en Sábado de Gloria y se enterró en Domingo de Resurrección. ¡No resucitó!, sembrando la duda sobre el Dogma cristiano. Entonces pensé cuán jodido es el oficio de columnista o el de caricaturista, porque uno está obligado a escribir o dibujar para el futuro. Mi carnal se hubiera despanzado de risa si el día de su entierro le publicaban una columna que comenzara con renovado optimismo: "Hoy me levanté con ganas de vivir…" Pero, ¿qué dirá el Negro Fontanarrosa que continúa laburando, y, como Carlitos Gardel, cada vez mejor?
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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