La estética de la desdicha
Uno de los capítulos más sugerentes de la lectura de Borges que hace Mauricio Peña Davidson titula "La estética de la desdicha". En esas líneas registra esa "persistente y casi obsesiva expresión de pesadumbre" y "las confidencias y revelaciones de un alma sumida en la desventura" que trasunta la obra del poeta argentino. Y reprocha a semiólogos y críticos porque omiten este registro de su poesía, sumidos como están en desentrañar enigmas, símbolos y estructuras en sus cuentos.
Peña Davidson cita a Sábato para confirmar su denuncia: "La fama es un conjunto de equivocaciones y muy a menudo el artista es alabado por los defectos que lo debilitan. Y a este hombre, que por encima de todo es un poeta, se lo celebra por sus juegos de ingenio, por cosas que a lo más pertenecen a esa literatura bizantina que constituye el lujo (pero también la flaqueza) de una gran literatura.
Borges mismo confiesa su ardua labor de pulimiento y artificialidad, de desapego y frialdad cuando escribe un cuento, frente a la calidez emocional de sus poemas que él los siente "como algo muy íntimo".
La poesía de Borges es, pues, una gran lección sobre la lírica de la desdicha. En sus palabras: "Instintivamente se siente que la desdicha es una experiencia más rica, más intensa que la dicha (...) Por lo tanto es mejor materia para la estética (...), la prueba está en que casi no hay poesía de la felicidad".
Pero es también una lírica de la impregnación, pues todo lo que le rodea, sobre todo el Buenos Aires de su memoria, está impregnado de sus sentimientos: "Y la ciudad, ahora, es como un plano, / de mis humillaciones y fracasos; (...) / No nos une el amor sino el espanto; / será por eso que la quiero tanto." En otro poema confiesa "La insufrible memoria de lugares de buenos Aires / En los que no he sido feliz; / en los que no podré ser feliz."
La felicidad sólo admite una estética: haberla perdido. "Sólo me queda el goce de estar triste / Esa vana costumbre que me inclina / Al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina." En fin, frente a un hermoso paisaje (que ni siquiera puede entrever) declara: "Este lugar es semejante a la dicha. Y yo no soy feliz."
Otros críticos completan estas nociones planteando en la obra de Borges una estética del despojamiento y la desdicha: el destino, la percepción, la vida tiene límites; conservamos cosas, libros, recuerdos, no obstante que la vida es un continuo despojarse de ellos, según se desprende de la pregunta: ¿Qué nos vamos a llevar? ¿Imatá apasun? O incluso una más festiva: ¡Que me quiten lo bailado!
El poeta náhuatl dice: "Morir es fácil; lo difícil es vivir"; Marcial afirma que "es fácil despreciar la muerte; mayor valor supone ser desdichado". Queda el consuelo de producir la obra de arte, pero ese rosario de conjeturas, de cavilaciones, de hipótesis sin respuesta que es la obra de Borges, nos lega una definición melancólica del hecho estético, entendido como la "inminencia de una revelación que no se produce".
La desdicha, el despojamiento, la impregnación de nuestros sentidos en las personas, animales y cosas que nos rodean: valioso legado para construir una obra duradera. Aconsejo leer el texto que sigue.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
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