jueves, 24 de septiembre de 2009

No lo molesto ¿no?

Ayer abordé un trufi que va a Pucara y pasa por el cementerio. De pronto para y una señora gorda se embute a mi lado junto con su hija adolescente. No había más que un solo espacio, pero la señora se acomodó, y la hija en sus faldas, con lo cual quedé estampillado en la humanidad del pasajero contiguo. Pero la señora gorda me dijo una frase inolvidable: "No lo molesto, ¿no?"
Era una afirmación en negativo que yo jamás hubiera respondido afirmativamente: jamás le hubiera dicho que sí, que me molestaba, porque sé de la cortesía criolla puesto que yo también soy criollo, y así continué el viaje calentito, con dos generosas humanidades sentadas prácticamente sobre mí.
Estas son escenas que me hacen amar cada vez más a la humanidad. Otra similar me ocurrió el año 1983, cuando retornaba del Litoral boliviano, después de haber filmado los sitios históricos con mi buen amigo Grover Arzabe. Nos tocó hacer el último tramo Oruro-Cochabamba en una flota incómoda, y por el apuro nos tocó el último asiento, con las rodillas agujereando el asiento delantero, sin la menor posibilidad de estirar las piernas. Me resigné al hecho y traté de relajarme y disfrutar; momento en el cual vi que a mi lado había una cholita valluna, de buen parecer, que viajaba roncando y con una tremenda teta al aire. Se la había descubierto para darle de mamar a su bebé, que hacía rato había soltado el pezón y se deslizaba peligrosamente al piso.
Con la mayor precaución tomé su cabecita y lo acomodé cerca de la teta materna. El niño entendió la maniobra y se apropió del pezón succionándolo con la más instintiva avidez, cosa que me hizo sentir algo así como la satisfacción del deber cumplido. Pero segundos después, el bebé soltó el pezón y se fue deslizando por el proceloso mar del sueño. Visiblemente estaba saciado y la maravillosa teta de su madre se exhibía en vano; y como entraba un chiflón de aire por una de las ventanas mal cerradas, comenzó a preocuparme que la cholita contrajera una peligrosa angina. Pero ¿qué podía hacer yo? Acomodar al niño fue fácil, incluso inocente, pero agarrarle la teta a la pasajera del lado podía interpretarse como un acoso, mucho más si ella lo sentía y despertaba y me acusaba a gritos frente a todos los pasajeros.
Aun así, luego de un par de kilómetros de dudas, tomé delicadamente el borde de su blusa y procuré cubrir ese maravilloso melón que se veía divino. No lo conseguí, pues por un misterio que no logro descifrar, la blusa parecía haberse encogido: uno no podía conjeturar cómo una esfera de piel turgente tan maciza y robusta podía anidarse en una blusa tan cortita.
Sentí nuevamente el chiflón de aire helado y decidí echarme el lance. Con una mano tomé el borde de la blusa y con la otra, abierta, la tremenda teta de mi vecina. De pronto me vi tratando de calzar la esfera en la blusa estrecha, y de tanta maniobra hasta parecía que se la sobaba; pero la cholita apenas exhaló un suspiro entre sueños. Al final conseguí mi propósito y clausuré los senos de la cholita abotonándole la blusa.
Nunca se dio cuenta de mi inocente metida de mano, exactamente como su bebé, dormido en pleno uso de su maravillosa inconciencia.

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