El camino más corto entre el anonimato y la fama intelectual es hablar y escribir en difícil, aunque usted no diga nada. Mejor si usted tiene voz de locutor, aunque algún envidioso diga: Mucha voz para tan poca cabeza.
Los grandes escritores escriben muy sencillo: uno los lee y quiere imitarlos, y entonces se da cuenta de que escribir sencillo es un ejercicio muy trabajoso y difícil. Es un camino pedregoso, mientras que usar lugares comunes y palabras rebuscadas es como respirar. Y hay que ver el efecto que producen en el auditorio, cuando el intelectual engola la voz y escoge, en su arsenal retórico, expresiones sublimes como éstas.
En lugar de limitarse a decir "la naturaleza", cuánto mejor adornarla diciendo "la madre natura". En vez de mencionar al sol, qué mejor que coronarlo como astro rey o divinidad incaica. Si se habla de la luna, ¿por qué no agregar que su luz es plateada? Si le toca el turno a los pétalos, ¿no es elegante agregar que son aterciopelados? Si se transmite un acto desde un prado, qué bonito decir que es un "jardín engalanado". Si hay que dar noticia de la lluvia, cuánto más caché decir "precipitación pluvial".
La guerra, el orden internacional ofrecen grandes ocasiones para distinguirse con expresiones como "el conflicto bélico" o referirse al carro de Marte o describir la "nueva tesitura internacional".
Las presentaciones de libros son, por supuesto, ocasiones irrenunciables para ganar el título de intelectual o el de "hombre de letras". Basta calificar al autor como "fino ensayista", "vate mayor de nuestras letras" o "espíritu ático", que suena a helénico, ¿no ve?
El comentario político es, Dios mío, la vía más expedita para darse luego ínfulas de intelectual. Basta usar expresiones como "la tea de la discordia", "el imperativo del honor", "la hidra de la anarquía", "el sol del progreso", en fin: el arsenal de las leyes, la balanza de la justicia, la aurora de las libertades, las tinieblas de la ignorancia, la espada de la ley, la tiranía de las pasiones, la moderna Babilonia, una verdadera Torre de Babel, la pérfida Albión, el Oso moscovita, el Tío Sam.
Si se habla de la noticia, cuán oportuno es decir que corrió como reguero de pólvora: el público da un suspiro de satisfacción al escuchar una voz familiar, un lugar común que es como la mascota de la casa. Si se invoca a la sinceridad, cuánto mejor es pedir que la gente "abra su corazón". Y si uno se emociona, que suele suceder, es indispensable "sentir un nudo en la garganta".
Un discurso de circunstancias no puede comenzar sin que el orador "se sienta gratamente impresionado". Y si se habla sobre el miedo, cabalito que la gente quiere que el orador diga que "se le pararon lo pelos de punta. Razón demás para referirse al adversario acusándolo de "sembrar cizaña".
Los grandes intelectuales comienzan cada párrafo como indigentes, con la mayor austeridad. Cosa bastante difícil para uno que todavía-no-es-un-intelectual-reconocido. Pero hay una vía infalible: la de iniciar cada período con expresiones como "en el campo de las conjeturas", "a mayor abundamiento", "ahora bien", "en lo que respecta a". Bonito, ¿no? Verdaderamente gualicaché.
jueves, 24 de septiembre de 2009
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