Ayer contaba un par de anécdotas sobre la visita de la Diablada Ferroviaria de Oruro a México en 1991 y hoy quisiera añadir un par de apostillas.
Un domingo, las huestes de Satanás viajaron a Ciudad Hidalgo, tierra minera, y el entusiasmo con que nos recibieron los trabajadores del subsuelo y sus familias fue aterrador, atronador, infernal. Mientras los diablos orureños hacían cabriolas en las calles de la ciudad, sesionaba el sindicato para tomar medidas de presión en busca de mejoras salariales, y los delegados se apuraron en decretar una huelga para salir de una vez a agasajarnos. Fue un cálido encuentro entre pueblos mineros y al día siguiente el diario local se mandó un titular de antología: “Diablos bolivianos precipitaron huelga minera local”.
Retornaron muy ufanos, pero llegaron al hotel del DF a media noche del domingo y con un hambre de todos los diablos. Lástima que las ciudades grandes parecen cementerios los días dominicales. Así pues, yo no sabía dónde llevarlos. Pero se me encendió el foquito y recordé que en la Plaza Garibaldi, junto a la célebre cantina El Tenampa, abre sus puertas veinticuatro horas por día ¡y hasta más! El Mercado de San Camilito. Allí me los llevé y, como siempre, fue admirable su ingreso: más de un centenar de diablos, entre danzantes y músicos aunque vistieran de perfil, que pasaron como marabuntas y no dejaron un solo taco ni un plato de pozole.
Otro punto de visita era Puebla, donde no hubo tiempo de hacer difusión, aunque de todos modos el público de esa hermosa ciudad se entusiasmó y se reunieron en la plaza mayor unas tres mil personas. Pero aquí viene la anécdota: había allí un buen amigo, un ingeniero orureño de apellido Huallpara, que trabajaba en la universidad estatal. Noche antes le había cascado unos buenos tequilas y corría un poco atrasado a marcar tarjeta cuando escuchó el inconfundible chocar de dos platillos y luego el arranque de la diablada orureña. Sus nervios parecían cuerdas de violín y Huallpara estaba al borde de un delirium tremens mientras la música sonaba cada vez más fuerte, más próxima. Llegó a la avenida y se le vino encima la legión de diablos danzantes. Huallpara quedó petrificado ante la visión que sin duda provenía de los excesos de la noche anterior. Nada sería eso, sino que el propio Satanás, que iba presidiendo el cortejo, lo reconoció y con voz estentórea le gritó: “!Huallpara!” Nuestro buen amigo cayó de rodillas, al borde del llanto, y juntando las manos como para rezar a la Virgencita del Socavón contestó: “Papito, no me lleves todavía. Me voy a portar bien”.
Total, que pidió vacaciones por una semana y se fue detrás de la Diablada Ferroviaria, sirviendo de aguatiri en pago de su indulto infernal. Total, se le había pasado la borrachera, la persecuta y la cruda, y contaba la anécdota a todos los amigos mexicanos, que se reían a carcajadas verdaderamente demoníacas.
jueves, 24 de septiembre de 2009
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