Me había sentado a solas en un café para disfrutar la prosa de Sergio Almaraz, cuando vi en la penumbra un hombre pálido y desgarbado que fumaba con ansiedad. Botó unas volutas de humo y me dijo:
--¿No me reconoce? Soy el diablo.
Su atuendo no correspondía a la imagen clásica de semejante personaje, de modo que le pregunté por la cola y el tridente. Me dijo que ésos eran diablos de guiñol, de pacotilla; que él era un diablo posmoderno. En efecto, vestía una polera, un pantalón de tela ligera y unas chinelas; lucía el pelo como un cantante de reggae y se notaba que por él no había pasado un peine en los últimos meses; en fin, se lo veía muy flaco.
--Boto fuego y hago malabares en una esquina. No se gana mucho y se come mal –me explicó.
Traté de concentrarme en la lectura, pero me interrumpió con una admonición:
--Los bolivianos van a ser castigados –dijo, y sin más trámites se sentó a mi mesa--. Los empobreceremos. Ya no habrá más minería estatal.
--¿Cómo? –le dije--. Pero si las minas de COMIBOL se cerraron poco después del 85.
--¡No me diga! –se sorprendió--. ¿Y quiénes lo hicieron?
--Los políticos neoliberales –le aclaré--.
--¡Siempre se nos adelantan! –maldijo el ángel del mal y enseguida reaccionó--: Ah, pero caeremos sobre otras empresas estatales: ya no habrá YPFB ni ENTEL ni ENDE ni ENFE ni el LAB.
--¡Cómo se nota que no se enteró de nada! –le dije--. YPFB, ENTEL, ENDE, ENFE y el LAB fueron pignoradas con la capitalización a precio de gallina muerta.
--¿De veras? –se extrañó--. ¿Y cuándo ocurrió eso?
--Uh, hace más de una década.
--¡No me diga! –exclamó--.
--¿Pero en qué mundo vive usted? –le reproché.
No sabía qué invitarle. Propuse una cerveza helada pero simuló que tiritaba de frío y se inclinó por un café amargo, sin azúcar.
--Bien, pero bien caliente –recomendó.
Se le habían acabado los cigarrillos. Me acerqué al mostrador a comprar una cajetilla para regalarle, porque yo no fumo, pero antes consulté qué marca le gustaba.
--Tabaco negro, el más fuerte –pidió.
Tuve que salir en busca de una pastillera y apenas conseguí una cajetilla medio pasada, que recibió con avidez y encendió con un palo de fósforo.
--Es jodido ser diablo en estos tiempos –se quejó--. Mucha gente nos hace la competencia, y como andamos pobres, casi siempre llegamos tarde.
Le expliqué la cantidad de cosas que habían ocurrido en el país: los gobiernos neoliberales habían provocado tal crisis que se vinieron abajo con todos los políticos tradicionales. El movimiento indígena había crecido tanto que ganó las elecciones el 2005 y teníamos un presidente originario. Se había convocado a una Asamblea Constituyente con una presencia activa de la oposición, particularmente del movimiento autonómico afincado en la media luna.
--¡Ya está! –reaccionó--. Les trabaremos la aprobación de la nueva ley. Eso es fácil.
--¡Tarde! –contesté--. Ya fue aprobada, con tropiezos, es cierto, pero en el referéndum de febrero fue ratificada y está en vigencia.
Para evitar que recayera en la depre, complementé el informe:
--La nueva Constitución incluye las autonomías, una bandera que el gobierno le ha quitado a los comités cívicos. YPFB ya ha sido refundada y ENTEL ha sido nacionalizado. ENDE y ENFE están en la mira. El LAB aún no alza vuelo pero es posible que pronto vuelva a los cielos. Se ha creado una nueva aerolínea estatal, que también espera volar pronto. El Mutún ha sido adjudicado y pronto entrará en funcionamiento.
--¿Cómo? –se interesó--. Entonces les mandaré dos secretarias mías con gran poder de seducción.
--¿Dos… china supay?
--Digamos que sí.
--¿Y cómo se llaman?
--Una se llama Muñeca y la otra, Coima.
El diablo acababa de meter un gol, pero pronto vino el siguiente:
--Lo mejor es que vienen acompañadas por una Celestina infalible.
--¿Cómo se llama?
--Se llama Corrupción. Ni yo con ser el diablo soy inmune a sus encantos.
jueves, 24 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario